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El universo ya no es
una laguna de racionalidad infinitesimal, en donde la
caída de un alfiler reacomoda todas las magnitudes. No hay
un continuum armónico y compacto, sino diversos
juegos de
fuerza
distribuidos en campos de relación.
Las relaciones de poder que se
despliegan horizontalmente tienen en cada campo, sus
lógicas de variación y sus dinámicas
específicas.
Hay una relacionalidad constitutiva de las fuerzas, esa
confluencia se da por cualquier lado del universo y se plasma
–distributivamente- en conglomerados
coexistentes.
Lo característico de toda relación de
fuerzas es disimularse como tal y lograr congelar la
relación en una estructura de
dominación o regularidad.
La relación asimétrica de poder es tanto
más potente cuanto mejor se disimula cuanto más se
naturaliza, de ahí la utilidad política de una
teoría
de las fuerzas y la voluntad pues desnuda la dominación
allí donde mejor se esconde. Evidentemente, el ser es
político: en su devenir se expresan tensiones entre
fuerzas de transformación y fuerzas de
conservación.
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Conceptualmente debemos distinguir dos niveles: el de
las fuerzas y el de la voluntad. Las fuerzas son de dos tipos:
hay fuerzas activas con poder de transformación y
afirmación diferencial, y hay fuerzas reactivas que se
aplican a las maquinaciones de la conservación,
adaptación y supervivencia. Esta diferencia cualitativa es
el efecto de choque entre fuerzas bajo una situación
determinada, los encuentros distribuyen las cantidades y
determinan jerarquías entre fuerzas dominantes y fuerzas
dominadas. Toda sensibilidad corporal no es más que un
devenir de fuerzas, el cuerpo se encuentra atravesado por
corrientes de fuerza que tensan su constitución sensorio-motriz.
Es importante recordar que el concepto de
fuerza implica un poder de ser afectado. La fuerza tiene una
expresividad y una receptividad constitutivas.
Toda fuerza posee un poder de afección propio que
determina lo que es capaz de absorber e incorporar
(afección pasiva), y lo que es capaz de exteriorizar
activamente (afección activa). Un cuerpo tiene tanta
más fuerza cuanto mayor es su poder de ser afectado, y en
este sentido las afecciones pasivas son también
contempladas como potencias activadoras de una voluntad que se
afirma en forma múltiple.
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El segundo nivel es el de la voluntad de poder. Las
fuerzas se presentan como instrumentos de una voluntad que afirma
o niega. La voluntad de poder es el principio de razón
suficiente que Deleuze encuentra en Nietzsche: es
el elemento genético de las fuerzas, su diferencia
interna, es decir, un impulso vital que determina las
relaciones.
Ahora bien, ella también manifiesta un doble
poder de afección: (a) emerge en la relación de
fuerzas provocando las distribuciones de calidad
(activa/reactiva) y de cantidad (dominante/dominada); (b) pero, a
la vez, es colmada y determinada por las condiciones del campo,
por la confluencia de las fuerzas en una relación
específica.
En suma, hay una doble génesis, la voluntad es a
un tiempo
determinada y determinante; por ello es una excelente
razón suficiente: principio esencialmente plástico y
muscular que impulsa a la vida en correlación a las
condiciones de su actualización.
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Debemos cuidarnos de no confundir los dos niveles, pues
de lo contrario caeríamos en el mecanicismo de creer que
la voluntad se subsume a la cantidad de fuerza.
La voluntad de poder también tiene cualidades: o
bien la voluntad es afirmativa y transformadora (busca afirmar su
diferencia); o bien es negativa y nihilista (busca negar lo que
difiere). No obstante, su lugar solo puede hallarse en una
superficie de variación e inestable movilidad. No hay
fuerzas ni voluntades en estado
puro.
Tanto la afectividad de la fuerza como su expresividad
se encuentran en devenir, en una transformación
sensible (devenir-activo, devenir-reactivo) que es la
expresión y la síntesis
de su propia voluntad. El poder de afección de cada fuerza
se re-actualiza en el eterno retorno de los encuentros,
expresando en cada momento tendencias de transformación y
grados de conservación.
Porque toda sensibilidad corporal no es más que
un devenir de fuerzas, ellas mutan bajo un régimen de
variación impulsado por las cualidades de la voluntad de
poder. Esa dinámica tiene una historia genealógica,
un recorrido en el cual se distinguen afinidades variables con
la voluntad afirmativa o negativa. La voluntad es un impulso
inmanente que convoca y sistematiza las fuerzas para producir una
transformación o para reprimir una potencial
alteración.
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Ahora bien, Nietzsche parece constatar que el devenir en
su sentido más total es un devenir-reactivo (esto es
ejemplificado por el cristianismo,
la conciencia y
el Estado). No
obstante, la supremacía de las fuerzas reactivas nunca
implica la composición de una fuerza superior a la activa,
opera por sustracción, codificación o división, imponiendo
mecanismos y finalidades (procedimientos y
objetivos).
El triunfo de los mecanismos reactivos obedece a que la
fuerza transformadora está separada de lo que puede, y en
esa condición deviene energía para procedimientos y
objetivos de conservación (devenir-reactivo de la fuerza).
Deleuze repasa los hitos de este triunfo caracterizando el
resentimiento, la mala conciencia y la culpabilidad
como tecnologías autóctonas del cristianismo y su
voluntad de negar la vida.
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La cultura
capitalista ha engendrado y establecido dos mecanismos altamente
dañinos para la vida (personal y
colectiva). Ellos la constriñen, desactivan y deprecian.
Los enemigos a vencer para cualquier
filosofía-política de la vida son la metafísica
tecno-científica y la metafísica de la inseguridad.
La primera reinventa un mundo trascendente, altamente
sofisticado, donde centellean los expertos, los genios y los
técnicos. Ellos producen diagnósticos aparentemente
legitimados en su estatus científico y en la
autonomía de su disciplina.
Como el tema es complejo, tomaremos un caso empírico: la
actuación de los técnicos neoliberales en la
política
económica local. Es –ciertamente- un ejemplo
cruel, pero nos servirá para desenmascarar la falsa
objetividad técnica, y hacer explícita la
relación entre esta supuesta "autonomía
tecno-científica" y la realidad política de la
vida.
Los centros de investigación del liberalismo
tecnocrático (FIEL, CEMA, FM –Fundación
Mediterránea) emergen a fines de los ´60, al aparo
económico de la Fundación Ford y diversos sectores
del empresariado local (SRA, UIA, la Bolsa de Comercio,
Esso, Shell, Bunge y Born, Bank Boston y Citibank entre otros).
Entre sus cuadros más notables se encuentran:
Martínez De Hoz, Juan Aleman, Domingo Cavallo, Pedro Pou,
Roque Fernández, Juan Carlos De Pablo, R. López
Murphy, entre otros –todos ellos formados en universidades
norteamericanas, donde obtuvieron sus postgrados. Sus investigaciones y
diagnósticos revelan rasgos sofisticadamente
técnicos y hasta crípticos, un perfil
académico restringido a empresarios y
especialistas.
La matematización, la formalización y la
estadística elevan a estos jóvenes
al delirio idealista. La arrogancia del saber cuantitativo y la
magia que genera en los profanos, así como la coyuntura
inflacionaria y el revanchismo empresarial, los catapulta a la
cartera económica. Implementan dogmáticamente los
esquemas neoliberales más crudos, los más
idealistas. Bajo el eufemismo de "modernización",
operarán un auténtico devenir abstracto de la
economía.
El liberalismo tecnocrático se radicaliza en los
noventa y toma literalmente el poder, instalando una
biopolítica que favorece la vida de pocos y abandona a los
muchos a la muerte
silenciosa, su vida desnuda es lanzada a la intemperie del
desempleo.
Este ejemplo socio-histórico nos deja dos
lecciones. Primero, la metafísica tecno-científica
restablece un polo religioso y trascendente en la
imaginación social, un otro mundo elevado y desde el cual
–se supone- operaría una racionalidad instrumental
eficiente.
Dicha racionalidad-aplicada está determinada por
la
organización jerárquica del poder, que define
qué saber es útil y cual no. Pero no pueden
engañarnos, el desarrollo
tecno-científico no es desinteresado ni autónomo,
su origen profundo (y su financiación) está en el
deseo de aumentar la ganancia, producir armas más
sofisticadas y desarrollar tecnología-aplicada.
Segundo, esta trascendencia idealista separa a la vida
de sus posibilidades. El saber personal que antes emanaba de las
experiencias y reconciliaba la vida con su imaginación
creadora, así como el saber colectivo que se engendraba en
la comunicabilidad social efectiva; se disciplina, se jerarquiza
y se consagra en la cofradía de expertos y en la banalidad
del espectáculo. La vida se escinde y el idealismo
capitalista florea sus mercancías e imágenes.
La relación integral entre deseo, memoria,
imaginación y entendimiento, se descalabra. El deseo se
codifica en consumo
abstracto; la imaginación se opaca frente al fulgor
trascendente de las mercancías; la memoria se
fragmenta con la velocidad
esquizofrénica de las imágenes; el entendimiento se
desentiende y deposita su fe en la sociedad de
expertos.
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ya por metafísico
el miedo anuncia
su máquina de espantos
al alma
vacía
José Paulo Paes
Este poema nos dice mucho sobre la metafísica de
la inseguridad (hoy dominante en la biopolítica mundial).
La histeria de nuestra cultura audio-visual se ha esmerado en
producir innumerables fantasmas y en
descubrir por todos lados amenazas latentes. La imposición
del discurso
paranoico del miedo y el dramatismo perverso como objeto
de conversación y circulación comunicativa,
patentiza la avanzada de fuerzas reactivas y voluntades
nihilistas que se afirman en el temor, el resentimiento y la sed
de venganza. La metafísica del miedo ataca a la vida desde
adentro: desactiva los impulsos vitales y la voluntad
experimental, en provecho de maquinaciones reactivas (instintos
de conservación, cálculo y
clasificación de amenazas, afecciones paranoicas,
desconfianza y resentimiento hacia los otros, etc.). El miedo al
afuera refuerza una idea de felicidad replegada en la comodidad y
el consumo. Y como nos enseñó Válery: el
confort aísla.
La metafísica de la inseguridad se materializa en
un dispositivo operante que afirma la necesidad irrenunciable de
establecer mecanismos de control,
disuasión y represión sofisticados, eficientes y
severos. Conjuga fuerzas reactivas, voluntad nihilista e instinto
de venganza; por ello es una de las trampas más peligrosas
para la vida.
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Estas dos metafísicas se sintetizan en dos
figuras, que las concretizan como voluntad política.
Actualmente, Blumberg y López Murphy son la
personificación y la unificación de diversas
fuerzas reactivas que pueblan la sociedad, son como el
espíritu absoluto: logran condensar esas afecciones
en una voluntad política operante. Con su actividad marcan
el pulso y la eficacia
política de ambas metafísicas.
Toda filosofía política de la vida debe
problematizar y combatir estos dos polos metafísicos: la
trascendencia tecno-científica y la inmanencia del miedo.
Contra todos los mecanicismos y las voluntades nihilistas que
deprecian la vida y la separan de lo que puede; Deleuze
desarrolla -sobre el cuerpo de Nietzsche- una metafísica
del devenir que se afirma en la vida, una ontología de fuerzas que se afirma en el
azar, una estética de la existencia que se afirma en
la creación de valores, un
empirismo que
se afirma en la pasión y una política de la
voluntad que se afirma en la acción,
el deseo y la alegría.
Constitución, octubre
2006
Bibliografía
-Deleuze, Gilles, Nietzsche y la
filosofía, Anagrama, Barcelona, 1985.
-Deleuze, Gilles, Nietzsche, Arena Libros,
Madrid,
2000.
-Pucciarelli, A.(coordinador), Empresarios,
tecnócratas y militares, Siglo XXI, Buenos Aires,
2004.
Juan Manuel Heredia
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